jueves, 22 de diciembre de 2011

Mundo Imaginal en Ibn al Arabi y ángel de Rapperswil



Décimo séptima estación.  Mundus Imaginalis

 El Burgo de Osma. Conmemoración de los Fieles Difuntos. 2 de noviembre de 2008.


Son las 5:30 de la madrugada. Hoy concluyo, aquí, en la casa de mi padre, esta Divina Comedia, este caminar por mi monte Carmelo, esta emergencia espiritual –que diría Stanislav Groff- surgida tras la herida provocada por el lanzazo del ictus con el que  Dios-Ishwara  atravesó el complejo neuronal de la zona izquierda del cerebro de Quintín porque así estaba determinado por Él desde el Eterno Presente de la Eternidad de los Eones para su purificación espiritual y la de quiénes le amamos como padre.
Pensaba que este diario iba a concluir en Tajueco, donde comencé a escribirlo,  pero anoche comprendí que debía ser aquí, donde Quintín-Amfortas fue herido por esa lanza y mi vida quedó convertida en una Tierra Devastada sin que, como Parsifal, supiese durante meses encontrar el Grial, beber de su Agua de Vida y hacer florecer, de nuevo, lo que mi ego psicosomático había convertido en Tierra de Desolación.

Ayer tomé el coche en Tajueco para venir a mi segundo pueblo –donde he vivido entre los 10 y los 19 años- en el atardecer. “¡Qué bella puesta de sol hay!”, me dije.., y mientras viajaba para acá y veía a lo lejos el castillo de Gormaz pensé en que, de todo el entorno territorial que me rodeaba debe ser el lugar más telúrico para vivenciar en su plenitud la belleza de los amaneceres y de las puestas de sol. He de comprobarlo en el próximo equinoccio. ¡Cuántos musulmanes habrán orado a Allah desde allí, al amanecer y al anochecer! ¡Y cuántos de ellos habrán sido sufíes..!

El Maestro de los maestros del esoterismo islámico sunnita nació en Murcia y falleció en Damasco. Se le conoce con el nombre de Ibn al Arabi. Entró en mi vida cuando, en 1997, buscaba documentarme para incluir el esoterismo islámico en mi ensayo novelado -yo no sé o no quiero escribir novelas de entretenimiento- Los custodios del Grial. Durante dos meses leí la monografía que le había dedicado Henry Corbin y las actas de un congreso sobre su obra.  Desde entonces, muchos libros he leído traducidos suyos y de otros investigadores akbarianos. El último de todos lo leí mientras Quintín estaba hospitalizado y es, por su claridad y profundidad, uno de mis preferidos: Mundos imaginales, de William C. Chittick. Y tras Ibn al Arabi vinieron otros sufíes, y también obras gnósticas del shiismo dodecimano. Incluso tuve un guía islámico, shiita, y vía email, que me aclaró muchísimos conceptos esotéricos islámicos.

He bebido también, por tanto, en manantiales esotéricos islámicos pues mi corazón no tiene puertas y acoge todo tipo de esoterismo tradicional auténtico. En cuanto al esoterismo islámico, de una belleza y numinosidad extraordinarias, he llegado a la conclusión de que, además de la presumible gnosis transmitida por Muhammad a sus compañeros, y muy especialmente a su sobrino y yerno Alì, que fue transmitiéndose por barraca (influencia espiritual) entre los iniciados de las diferentes familias y cofradías, adoptó y adaptó esoterismos diversos entre los que cabe reseñar el Vedanta, el Budismo, el Plotinismo y el hermetismo alejandrino.

No es Platón el referente griego más importante que puede vislumbrarse en la prolífica obra escrita de Ibn al Arabi, sino el gran Plotino con su concepción del Uno como la Belleza Suma y su explicación de la Trascendencia e Inmanencia de Lo Absoluto-Lo Divino mediante las hipóstasis (y mientras esto escribo oigo cantar a un gallo, aunque la luz del sol todavía no ha iluminado el horizonte: claro que la luz solar debe tardar unos minutos en llegar a la Tierra).

Lo inefable, lo indescriptible e inenarrable en vocablos humanos de la experiencia numinosa de Lo Divino en Nosotros ha sido descrita de muchas formas diversas entre los místicos (en términos guenonianos hay distinción importante entre misticismo e iniciación, pero permítaseme emplear esta palabra para englobar a ambas modalidades como recurso didáctico más fácilmente entendible). También se ha expresado este vivenciar numinoso del Espíritu mediante las más diversas modalidades artísticas. Tales escritos y obras artísticas, como puede acontecer ante la fascinación que puede embargarnos profundamente al contemplar alguna belleza natural o practicando alguna técnica iniciática rítmica fundamentada principalmente en unas palabras específicas complementadas por movimientos rítmicos corporales vinculados igualmente a la respiración, constelan los arquetipos psicoides y provocan sincronicidades mil que diría Jung. También la quietud sensorial y la meditación profunda nos lleva, a los humanos, a estados superiores de consciencia. Y al parecer incluso la ingesta de algunos alucinógenos, como el LSD-25. De todas estas técnicas hace mención la obra de Stanislav Groff.

Yo he vivenciado algunos estados alterados de consciencia, ¿o quizás habría que decir que el principal estado alterado es la Consciencia Colectiva con que nos imbuyen en Occidente desde niños…?

(…)

Una de las tesis de Ibn al Arabi más desconcertantes y fascinantes es la del mundo intermedio, el situado entre el mundo angelical y el mundo corporal, que tiene diferentes moradas, estancias o estratos, alam al mithal, traducido como Mundo Imaginal por Henry Corbin, y donde “entes no materiales” adoptan formas visibles que, en muchos casos, no se diferencian de los objetos y seres que vemos con nuestros ojos corporales en la Tierra. Y a veces los tres mundos,  o dos de ellos, se entrecruzan en el vivenciar consciente de algunas personas al activarse, por la emergencia espiritual que sea, la percepción Imaginal inherente al corazón psíquico-psicoideo humano. Y es en este campo Imaginal –que no imaginario en el sentido ilusorio común del término- donde hay que situar las revelaciones, audiciones y visiones numinosas. Este Mundo Imaginal, en la hermenéutica junguiana, sería una parte del Inconsciente Colectivo. Sobre él han escrito diversos místicos islámicos, tanto sunnítas como shiítas, como bien puede comprobarse en la obra Cuerpo espiritual y Tierra celeste de Henry Corbin. Pero, en ocasiones, el Mundo Imaginal irrumpe en  la cotidianidad de la actividad humana del planeta Tierra (y de nuevo vuelvo a escuchar el quiquiriquí al acabar de escribir este párrafo).

Transcribo ahora Ibn al Arabi unos párrafos de su monumental obra Las iluminaciones de La Meca tal y como las traduce Chittick:

“La revelación comienza con el envío de significados desvinculados, inteligibles, contenidos en estructuras limitadas, sensoriales, en la Presencia de la Imaginación, y sea en sueños o en estado de vigilia (…) La revelación comienza con visiones en sueños antes que con la percepción sensorial, dado que los significados inteligibles están más próximos a la imaginación que a la percepción sensorial. Esta última es el sustrato inferior, mientras que el significado es el lado superior y más sutil. La imaginación se encuentra entre ambos.

La revelación es un significado. Cuando Allah quiere que el significado descienda a la percepción sensorial, ésta ha de pasar por la Presencia de la Imaginación antes de alcanzar la percepción sensorial. La realidad de la imaginación exige que dé una forma sensorial a todo lo que se actualiza dentro de ella. No hay escapatoria a este hecho. Si la revelación divina llega en sueños, se llama “visión en sueños”, pero si llega en la vigilia, se llama “imaginalización” [tajayyul]… Es por ello que la revelación comienza con la imaginación. Después ésta es transferida al ángel en el mundo exterior. El ángel se imaginaliza en forma de hombre, o de una persona que se percibe por medio de la percepción sensorial. Puede suceder que solamente aquel que recibe la revelación perciba al ángel, o que también los que lo acompañan lo perciban. Entonces el ángel pronuncia las palabras de su Señor al oído del profeta, y ésta es la revelación”.

En el lago de Lugano (1992)
Ibn al Arabi describe muchos encuentros que tuvo con “espíritus corporizados”, los cuales adoptaron ante él multitud de formas manifiestas tanto ante los ojos de su percepción sensorial como ante el “ojo de la imaginación”. Ambas visiones convergen cuando el ser humano es consciente de que tiene ante sí a un ente sutil corporizado, no-humano, no-terrestre. Pero Ibn al Arabi advierte también que no debemos confundir meras fantasías con apariciones-revelaciones del Mundo Imaginal, y también nos pone sobre aviso acerca de entidades sutiles juguetonas, los genios [jinns], que extravían a los buscadores y los confunden. Y añade que la forma sensorial captada por nuestros ojos se mantiene siempre y cuando no desviemos la mirada ni un instante pues esa es la forma de retenerlos corporizados.

Y dicho todo esto relato ahora lo siguiente.

En mi viaje a Suiza formando parte del grupo soriano desplazado por la Diputación soriana a Lugano en septiembre de 1992, y debido a mi cargo como jefe del gabinete de prensa, me permití el lujo de madrugar, tomar un tren hasta Zurich y, desde allí, otro tren hacia Kusnacht para conocer la casa de Jung y rendirle homenaje ante su tumba.

Desde allí tomé de nuevo el tren camino de Bollingen paraver su torreón y las esculturas  y bajorrelieves que había esculpido en las rocas. Pero me bajé en una estación anterior. Cuando me di cuenta de ello tomé un taxi para ir a la estación ferroviaria de Rapperswil con la intención de tomar un tren en dirección a Zurich (a 25 km.)  puesto que debía estar en Lugano a una hora de la noche para asistir a una recepción oficial en el ayuntamiento.

El taxi me dejó a unos cien metros de la taquilla. Llego a ésta y al echar mano a mi cazadora negra mi cartera había desaparecido. Tuve cierto pánico. Estaba a cientos de kilómetros de la expedición soriana, no tenía dinero ni documentación alguna.

 No sé el tiempo que transcurrió, si segundos o minutos, hasta que sentí que alguien me tocaba e hombro. Me volví. Era un vagabundo, un pobre. Alzaba una mano que portaba mi cartera. Me la entregó, sin más. Rebusqué en ella para darle dinero como agradecimiento, pero era un billete grande. Le dije que con el cambio que me dieran al comprar el billete le daría unas monedas. Me volví hacia la taquilla, compré el ticket y, al girarme, el vagabundo ya no estaba. Sólo con el paso de los años y la lectura de Ibn al Arabi he llegado a comprender quién o qué era aquel vagabundo providencial.

Hace poco, cuando mi hija me preguntó si los ángeles existían de verdad, no pude por menos que decirle que sí y que yo había conocido uno. Y le conté esta historia. Y ahora me levanto de la silla, voy a la ventana del salón. Está amaneciendo. Son las seis de la mañana. Y el gallo que anuncia la próxima llegada del sol canta y canta y canta. Y sigue su quiquiriquí mientras doy por concluido esta penúltima estación.


3 comentarios:

  1. Decía Ramesh Balsekar. "En el fondo, el hombre siempre sabe con intuitiva convicción que él es realmente inmortal, y por esta razón, él esta siempre buscando, conciente o inconscientemente, su verdadera naturaleza." .

    Y si de verdadera naturaleza se trata, que mas simbólico que la perdida de una cartera, recogida_entregada por la mas pobre de las criaturas, "El mendigo".

    Pero quien es el mendigo si no Lázaro -
    Lázaro, nombre masculino de origen hebreo "Eleazar", compuesto por "Dios" y "Azar" (socorrer); su significado es "Aquel al que Dios Ayuda" o "Aquel al que Dios socorre".

    Interesante.

    Juan Manuel

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  2. Aquel mendigo, en su total indigencia, me entregó la cartera. Apareció de la nada y se esfumó en un plisplas... Fue providencial... Un angel de la guarda, si lo conceptuo cristianamente... Hay muchos otros elementos de mi "ecuación personal" que no plasmé en este relato y que guardo como un tesoro... Y sí, desde luego, la Gracia está "siempre presente", y en ocasiones "se actualiza", como acaeció aquí.

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  3. Tu eres el tesoro, o al menos una mirada desde una perspectiva del mismo.

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